miércoles, 29 de abril de 2015

El Gran Incendio de Londres

En septiembre de 1666 la capital inglesa sufrió el peor incendio de su historia. El fuego arrasó una gran sección de la ciudad, reduciendo a cenizas casas, iglesias y negocios de toda índole. La City prácticamente desapareció por completo, dejando sin hogar a más de 100.000 personas. Pero sobre las cenizas de este barrio se llevará a cabo una reconstrucción moderna y racional, que pondrá a Londres a la cabeza de las ciudades europeas de su tiempo.

Una mala racha

Londres sufrió mucho aquel año, pero eso era algo a lo que los ingleses ya estaban acostumbrados desde hacía mucho tiempo. El país apenas se había recuperado del horror desatado por la peste, una epidemia que se propagó como consecuencia de la proliferación de pulgas y ratas negras, y que durante años había asolado ciudades de Inglaterra y toda Europa. Se calcula que Londres perdió entre 70.000 y 100.000 almas a causa de la plaga. Por otra parte, la inestabilidad política vivida durante las décadas anteriores a 1666 fue del todo abrumadora: tres guerras civiles, un rey decapitado y un tumultuoso periodo republicano.

Londres había empezado a recuperar parte de su esplendor tras tantos años de ruina y conflicto. El rey Carlos II hacía poco que se había instalado de nuevo en su palacio de Whitehall, y con él volvieron los nobles de la corte, muchos de los cuales habían huido de la abarrotada urbe por temor a quedar infectados por la peste. A pesar de las enconadas quejas de los predicadores católicos y protestantes, los teatros y las tabernas volvieron a llenarse, consiguiendo que el populacho londinense olvidara parte del sufrimiento acumulado durante años. Parecía que la ciudad empezaba a recuperarse cuando el 2 de septiembre, poco después de medianoche, empezó a arder una panadería en Pudding Lane, una calle cercana al río Támesis.

Se desata el infierno

Todo empezó en el negocio de Thomas Farriner, un humilde panadero que durante toda su vida siguió repitiendo que no se había olvidado de apagar el horno aquel día. El edificio ardió con fuerza y pronto afectó a las plantas superiores. La familia consiguió salvarse saltando a un tejado contiguo desde una ventana. La criada, paralizada por el miedo, no reunió el valor suficiente para hacer el salto y murió cuando fue alcanzada por las llamas. El Gran Incendio de Londres se había cobrado su primera víctima.

Desarrollo del incendio por el barrio de la City

Las llamas no tardaron en afectar a los edificios colindantes. La City era un barrio viejo, de calles muy estrechas, irregular y comprimido por las murallas. Las residencias, de madera y paja en su mayoría, se hacinaban unas con otras. Pese a que estaban prohibidos por las autoridades municipales, abundaban los jetties: edificios con una parte superior más ancha que la inferior, que prácticamente se juntaban con los de la acera de enfrente.

Lo habitual cuando se desataba un incendio era tocar las campanas de la parroquia más cercana, que también servía como almacén donde se guardaban los útiles para incendios. Eran los propios vecinos quienes debían de ocuparse de su extinción. Si los cubos de agua no podían detener las llamas, lo más recomendable era demoler una hilera de edificios tratando de hacer un cortafuego. Para ello se utilizaban hachas y unos ganchos especiales conocidos como firehooks. Lamentablemente, los vecinos de Pudding Lane se vieron enfrascados en una trifulca sobre qué edificios debían ser derribados. Nadie quería arriesgarse a perder su casa si las llamas eran finalmente controladas, y después de todo, los incendios en un barrio con esas características no eran del todo inusuales. Ante la falta de iniciativa, recayó la decisión sobre los derribos en la mayor autoridad civil de la ciudad, el Lord Mayor de Londres, sir Thomas Bloodworth.

El alcalde, molesto por lo engorroso del asunto, no quería mojarse con la decisión y verse en un posible pleito con los dueños de los inmuebles si luego las demoliciones, finalmente, resultaban innecesarias. Optó por minusvalorar la situación, desoyendo los consejos de los voluntarios contra incendios más experimentados, y evidentemente las consecuencias no tardaron en aparecer. Para la madrugada, gracias a la acción del viento que las azuzaba, las llamas ya se habían propagado sin freno alguno.

Conocemos todos estos detalles gracias a Samuel Pepys, cronista de la Inglaterra del siglo XVIII y funcionario de la Marina, que acabó por convertirse en uno de los principales actores en los sucesos de aquel escenario de pesadilla. Despertado forzosamente por su criada mientras estaba en la cama, nada más enterarse de lo que estaba ocurriendo, tomó una barca y navegó por el Támesis directo a la zona del incendio. Sus ojos pudieron ver como la gente bloqueaba las calles y la orilla del río tratando de salvar sus pertenencias, sacándolas a duras penas de unos hogares que daban ya por seguro calcinados. No podía creer lo que estaba pasando: nadie intentaba apagar el fuego.

Samuel Pepys puso rumbo a Whitehall, el barrio de la corte, donde informó de lo que estaba ocurriendo. Carlos II, preocupado por la gravedad de la situación, lo envió de vuelta a la City con un mensaje claro para lord Bloodworth. Debía ordenarle que se iniciaran inmediatamente las labores de demolición. Pepys se encontró con un Lord Mayor sobrepasado por la situación, histérico al ser consciente de su terrible error, y que era testigo de cómo las labores de extinción poco podían hacer ya por detener aquella calamidad. Al día siguiente, por orden del rey, el duque de York tomó el mando de la ciudad.

Entre los días 2 y de 5 septiembre, Londres vivió una pesadilla. Para los equipos de bomberos era prácticamente imposible llegar a los focos más activos. Las multitudes se agolpaban en las calles impidiendo el paso. Acceder al agua, a pesar de la cercanía del río, era una tarea de titanes. Los aterrados ciudadanos londinenses se refugiaban en las iglesias, esperando que sus paredes de piedra les salvaran de las llamas, para más tarde abandonarlas al darse cuenta que tampoco eran seguras. Por las calles empezaron a verse linchamientos de católicos y extranjeros, a quienes se tenía por culpables. Se sabe que muchos de ellos se ampararon en la casa del embajador español, el conde de Molena, quién consiguió salvarles de ser apaleados hasta la muerte. El viento y el efecto chimenea, favorecido por la estrechez de las calles, extendieron el siniestro en todas direcciones, afectando infinidad de inmuebles.

El Gran Incendio de Londres, obra del pintor Philippe-Jacques de Loutherbourg.

Las consecuencias

A última hora del 5 de septiembre, el viento dio finalmente un respiro, y se consiguió poner fin al incendio. El panorama era completamente desalentador. Un total de 26 barrios habían sido afectados, 15 de los cuales quedaron totalmente arrasados y de otros 8 apenas quedaba nada en pie. Se había quemado una superficie total de 1,8 kilómetros cuadrados, donde ardieron más de 13.000 casas, 87 iglesias (incluida la catedral de San Pablo), 52 sedes gremiales, e importantes edificios como la Bolsa. Decenas de miles de personas quedaron sin hogar o en una situación desesperada. Muchos lo perdieron todo, quedando completamente arruinados al perder sus pertenencias y negocios. Una buena parte de ellos no pudo recuperarse jamás, hasta el punto que se tuvieron que ampliar las prisiones para albergar a todos aquellos que no pudieron pagar sus deudas (muchos contratos obligaban al inquilino a seguir pagando aunque la casa no existiese). Curiosamente, a pesar de la cantidad de daños, el número de víctimas fue mínimo. Murieron entre 5 y 9 personas si atendemos a las fuentes, aunque se sospecha pudieron ser más si tenemos en cuenta que muchos cuerpos quedarían completamente calcinados por las llamas. A pesar de todo, era una cifra completamente insospechada tratándose de una zona tan densamente poblada.


En cuanto a las labores de reconstrucción, la tarea recayó en Christopher Wren, el arquitecto favorito de Carlos II. Sus primeros planos muestran el diseño de una ciudad completamente distinta. Una estructura radial con varias plazas y amplias avenidas, un adelanto del urbanismo de los siglos XVIII y XIX. No obstante, estos diseños no fueron aceptados por ser demasiado modernos, prefiriéndose reconstruir el plano original aunque con un buen número de mejoras. Se regularon por ley todo tipo de detalles arquitectónicos: la calidad de los materiales, la altura de los muros, las distancias entre edificios, etc. Se creó la Fire Court, institución que debía resolver los procesos judiciales entre dueños y arrendatarios. Aparecerán las primeras compañías de seguros con equipos de bomberos profesionales. La reconstrucción, entre otras cosas, obligó a despejar las orillas del río para evitar que éstas quedaran colapsadas por el fuego si un incendio así volvía a repetirse. Con el tiempo, las calles de la City volvieron a recuperarse. El mayor proyecto de Wren, sin embargo, fue devolver a la catedral de San Pablo su dignidad. El estilo gótico del viejo templo ya no volvería a verse dibujado en el perfil de Londres. Aquella era una nueva ciudad.

1 comentario:

  1. Muy interesante. Sabia del incendio, pero no como se había producido.

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