domingo, 17 de mayo de 2015

La Pradera de San Isidro

La primavera nos deja días muy especiales a los habitantes de la capital. Hace unas pocas semanas, concretamente el dos de mayo, se celebraba el Día de la Comunidad de Madrid, fiesta regional que conmemora el levantamiento del pueblo madrileño durante la ocupación francesa. Sin embargo, este fin de semana nuestras calles se han engalanado para un evento mucho más alegre y castizo como ningún otro: las Fiestas de San Isidro Labrador del quince de mayo.

Nuestra fiesta patronal, perfectamente representada en las pinturas del maestro Francisco de Goya, es famosa por sus verbenas y romerías. La Pradera de San Isidro, en el barrio de Carabanchel, se llena de puestos, terrazas y atracciones para el disfrute de todos los vecinos y visitantes de nuestra hermosa Villa. Entre sus arboledas y verdes prados podemos ver a centenares de chulapos y chulapas, nombre por el que se conoce a quienes deciden engalanarse con las prendas más típicas del Madrid castizo, bailando al son de la música y disfrutando con los manjares que allí se venden. A muchos otros los encontraremos junto a la Ermita de San Isidro, un pequeño templo construido sobre el famoso manantial del que supuestamente brotan aguas milagrosas, que constituye uno de los elementos más simbólicos de estas celebraciones.

Sin embargo, nuestra festividad no se deja ver únicamente en este singular paraje. Las calles del centro, en especial aquéllas que rodean los Jardines de las Vistillas, se convierten al atardecer en un hervidero de gente dispuesta a divertirse y a disfrutar de la vida como sólo aquí sabemos hacerlo. Dicen que Madrid es una ciudad que nunca duerme y desde luego, a sazón de lo visto estos días, puede que tengan razón.

Nuestro objetivo con esta publicación es acercar al público algunas curiosidades sobre estas fiestas y sus elementos más característicos, que puede que sean desconocidas para muchos.

Baile a orillas del Manzanares, Francisco de Goya


El chotis, un baile muy europeo.

Aunque nuestro baile regional es conocido por muchos, sus orígenes sorprenden a cualquiera. Se trata de una danza centroeuropea, originaria de Bohemia, basada probablemente en un bailable popular escocés. Tuvo mucho éxito en países como Francia o Alemania, donde recibió los nombres de éxossaise y schottisch  respectivamente.

En España fue conocida como Polca alemana, y llegó a Madrid por primera vez el 3 de noviembre de 1850, durante el reinado de Isabel II. Aquella noche se bailó por primera vez durante una fiesta de palacio donde los músicos invitados tocaron aquellos ritmos que triunfaban más allá de los Pirineos.

Esta música pronto fue escuchada por todos los madrileños gracias a la proliferación de los organillos que tocaban aquella melodía, alcanzando una enorme popularidad y convirtiéndose en el baile más castizo. Como curiosidad, decir que el organillo fue introducido por el italiano Luis Apruzzese, quién decide abrir un taller de fabricación y reparación de estos instrumentos en el barrio de la Latina, instalándose definitivamente en esta ubicación gracias al consejo del Maestro Tomás Bretón  tras una estancia previa en Salamanca.

Unas tontas y otras listas

No hay región que no disfrute de su gastronomía propia, y para estas fechas en Madrid es muy típico disfrutar de las riquísimas rosquillas de San Isidro.

Las “rosquillas tontas” tienen su origen en el medievo, y se conocen con ese nombre al estar compuestas únicamente por la masa. Por lo visto, la reina Bárbara de Braganza, esposa del rey Fernando VI, las consideraba bastante insípidas, por lo que el cocinero real decidió añadir a la receta almendras y azúcar, creando una nueva variedad conocida como “rosquillas francesas”.

Por lo visto, las “rosquillas listas” se las debemos al buen hacer de una famosa pastelera de Fuenlabrada conocida como la Tía Javiera. Ella decidió añadir azúcar y un toque de limón a la masa tradicional y muy pronto su receta fue copiada por todos los pasteleros de la ciudad.

Las “rosquillas de Santa Clara”, por su parte, fueron cosa de las monjas del Monasterio de la Visitación, quienes cubrieron la masa con una capa de azúcar glasé.

Los vecinos madrileños

En nuestras fiestas populares hay quienes sobresalen por el resto gracias a su característica indumentaria. Se trata de los chulapos y las chulapas, madrileños bien arreglados con nuestras prendas más castizas. Son vecinos del barrio de Malasaña o de Maravillas, quienes sobresalían como dice la RAE por “cierta afectación y guapeza en el traje y en el modo de conducirse”. Ellos visten sobre el pecho su chupa con un clavel en la solapa, al cuello un pañuelo conocido como babosa, y sobre la cabeza la palpusa. Ellas pasean con sus blusas y faldas de lunares, pañuelo con clavel en la cabeza y sobre los hombros un buen Mantón de Manila.

Luego están los manolos y las manolas, del barrio de Lavapiés y sus cercanías, donde tuvo muchísimo éxito poner el nombre de Manuel a los recién nacidos, pasando a ser conocido el vecindario por el resto de madrileños como el de los Manolos.

Los chisperos vivían en los barrios del norte, donde muchos trabajaban el metal en alguna de las numerosas herrerías de la zona. De las chispas candentes de la forja viene el apelativo de sus vecinos.

Madrid siempre ha sido una comarca con gran actividad rural, y a quienes habitaban las vegas y las tierras de labranza de las afueras los conocían como Isidros.


Por último, tenemos a los majos y majas, nombre del s.XVIII con el que acabó llamándose al pueblo llano de Madrid cuando se arreglaban para ir de fiesta. Goya retrató a tantos de estos individuos en sus pinturas que a su atuendo de redecilla, calzas, capote y sombrero apuntado también se le llama goyesco.

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