martes, 19 de mayo de 2015

Los milagros de San Isidro

Hornacina del puente de Toledo (Madrid)
 con la imagen del Santo obrando el milagro del pozo.
San Isidro labrador quita el agua y pon el sol. Así reza el interdicto que se repite todos los años el 15 de Mayo, cuando la ciudad de Madrid disfruta de la fiesta en honor de su patrón. En palabras de Claude Leví-Strauss podemos decir, sin equivocarnos, que la estructura del relato que construye a Isidro como santo milagrero tiene gran eficacia simbólica, perviviendo hoy en el imaginario de los madrileños. La devoción que se le profesa se ve objetivada cada año en los rituales, sacros o profanos, que se realizan durante la fiesta, como beber el agua milagrosa del Santo, tradición que indica que seguimos inmersos en una estructura de pensamiento mítico. Análisis antropológicos aparte, nuestro deseo es recordar algunos de los milagros que Isidro realizó en vida, que conocemos gracias a un códice del siglo XIII, escrito en letra gótica y guardado en el archivo de la monumental Colegiata de San Isidro. Su posible autor, Juan Gil de Zamora, erudito de la corte de Alfonso X el sabio, redactó los milagros del Santo en fechas tardías del siglo XIII, muy alejado en el tiempo de los sucesos que narraba. Isidro fue un simple mozárabe, probablemente de los pocos que habitaban el Mayrit musulmán. Pocero primero, y labriego después, anduvo de aquí para allá sirviendo siempre con obediencia a sus patricios patrones: en Buitrago, Caraquiz, Vega del Jarama, Torrelaguna, Talamanca y, como no, Madrid, donde cuidaba las fincas de Juan de Vargas, muy cercanas a las parroquias de san Andrés y San Justo, lo que permitía a Isidro satisfacer sus dos vicios, el trabajo y la oración. Pero la figura de Isidro no ha llegado a nuestros días únicamente por ser devoto, servicial trabajador y cristianísimo practicante. Uno pasa el examen de Santo cuando obra milagros, y la taumaturgia se encontraba entre las virtudes de San Isidro, virtudes que casualmente compartía con su devota esposa, María Toribia (Santa María de la Cabeza), que acostumbraba a caminar sobre las aguas del Jarama. 

El milagro del molino.

La caridad de Isidro era de sobra conocida, su generosidad y solidaridad con los más humildes le hacían vecino querido en toda la Villa. La caridad de Isidro no se circunscribía únicamente a los seres humanos, para él todas las criaturas son obra del Señor, y así lo demostraba cuando tenía ocasión. Cuentan que en un frio invierno madrileño, donde un gran manto blanco no dejaba ver el suelo, caminaba Isidro con su ayudante hacía un molino para moler trigo. Con el saco a rebosar, disponían a marcharse, cuando observó a unas palomas posadas en las ramas de un árbol. Pensó en la triste suerte que correrían los animales si no se alimentaban debidamente, y con brío aparto la nieve del suelo, creando un espacio liso donde vertió gran cantidad del trigo que había molido para su propio disfrute. Las palomas descendieron veloces a degustar el manjar. El ayudante miró a Isidro con desdén, increpándole, resaltando la estupidez de su acto. Pero cuando retornaban su camino se obró el milagro, el saco casi vacío pesaba demasiado, al abrirlo se sorprendieron, ya que no faltaba ni un solo grano de trigo.

El milagro de los bueyes. 

Se dice que Isidro ejercía de arrendatario para un señor de Madrid, a cambio de un sueldo anual. Labraba los campos con esmero, y llevaba una vida espartana basada en la oración y el trabajo. Isidro gastaba gran parte de su jornada en visitar las Iglesias de Madrid; aun así, los campos en los que desarrollaba sus labores eran los más cultos y cuidados. El resto de labradores que trabajaban para el caballero madrileño no daban crédito. Comenzaron a envidiarlo, creando rumores sobre su holgazanería. Algunos de ellos fueron con la cantinela al caballero, narrándole historias de absentismo laboral sobre Isidro, que pasaba más tiempo disfrutando de vida contemplativa que encargándose de los quehaceres terrenales. El caballero, alarmado, decidió espiar a Isidro durante una jornada entera para confirmar la veracidad de la rumorología. Observó con enfado que Isidro marchaba temprano a la Iglesia de Santa María, donde pasaba largas horas rezando, llegando tarde a realizar sus labores. El caballero se decidió a abroncarlo mientras labraba. Para su sorpresa, andando hacía Isidro, vio que éste estaba flanqueado por unos ángeles y dos robustos bueyes blancos inmaculados que araban los campos. Estupefacto, pestañeó, y vio que el Santo estaba solo, labrando en silencio. Tras meditar unos instantes, el caballero interpeló a Isidro para que le explicase donde estaban los ayudantes que tenía para mantener los campos en óptimo estado, trabajando tan pocas horas. El labriego le contestó que no tenía más ayuda que la que le imploraba a Dios Nuestro Señor. El Caballero se percató del prodigio del que acababa de ser testigo e hizo saber a los ciudadanos de la Villa que en ese humilde labrador residía la gracia divina.

San Isidro orando.

El milagro del lobo. 

Caminaba Isidro en un festivo día de verano por la Villa, en dirección a la Iglesia de Santa María. Dos zagales le interceptaron y le advirtieron que un temible lobo estaba intentando dar caza a su borriquillo. Con voz calmada les contestó: <<id en paz hijos, hágase la voluntad del Señor>>. Isidro entró en el templo y rezó sus oraciones, después de satisfacer su necesidad espiritual, fue a ver a su borriquillo. Encontró al lobo en el suelo, fulminado, y a su borriquillo intacto, sin herida alguna de lucha. El Santo no se inmuto, volvió tras sus pasos y entró en la iglesia para dar gracias a Dios.

El milagro de la olla.

Sabido era en la Villa que Isidro cumplía con creces las prácticas cristianas. El Santo gustaba de dar en concepto de limosna lo poco que poseía. En su casa se congregaban los desfavorecidos para llevarse algo de comer a la boca. Un mediodía María preparaba en una gran olla un guiso para alimentar a los pobres que se habían acercado invitados por Isidro. Cuando todos se hubieron marchado apareció un rezagado demandando manduca. Isidro le pidió a su esposa que, por favor, le diera algo de lo que hubiese sobrado. María había comprobado con amargura que la olla estaba vacía, acercose al hombre que se hallaba  al lado de Isidro para darle la funesta noticia. En el momento en que destapó la olla se hizo el milagro, el recipiente estaba rebosante de suculento guiso. El pobre comió como un marqués. A partir de ese día todo el mundo supo de lo sucedido y el prodigio recorrió Madrid de boca en boca.

El milagro del pozo.

Isidro servía en las fincas de los Vargas y residía en una humilde casa muy cerca de la Iglesia de San Andrés. Estando labrando los campos de la noble familia al otro lado del Manzanares, recibió una funesta noticia: su hijo Illán había caído en un pozo profundo de la casa. Isidro se encontró a su esposa afligida, al pie del pozo, sollozando por no poder rescatar a su hijo caído. El Santo tranquilizo a María y, con tono sosegado, la invitó a que confiase en la misericordia del Señor. Juntos se arrodillaron pidiendo a Dios y a la Virgen que salvase a su hijo. En ese instante las aguas comenzaron a brotar de las profundidades del pozo hasta el brocal, elevando al zagal sobre estas, intacto. 
El pozo en el que cayó Illán se puede contemplar hoy en el Museo de los Orígenes, conocido popularmente como Casa de San Isidro, en la Plaza de San Andrés.

El milagro de la fuente.

Se hallaba Isidro labrando las tierras de los Vargas como de costumbre. Era verano, el calor derretía los aperos y endurecía la tierra. Juan de Vargas apareció sofocado y jadeante, miró a Isidro y le pidió agua para beber. El Santo, que había terminado sus reservas, tomó su cayado, miro al cielo, hizo la señal de la cruz, y golpeando el suelo varias veces dijo: <<Cuando Dios quería, aquí agua había>>. El agua comenzó a brotar a torrentes del suelo, satisfaciendo la petición de su Señor, que quedó absorto ante la magnitud de aquel milagro. En el lugar donde el santo golpeó el suelo se construyó la afamada fuente cuyas aguas milagrosas poseen propiedades curativas y, con la Ermita de San Isidro mandada construir por Isabel de Portugal, es lugar de obligada peregrinación el 15 de Mayo.

El milagro de la hija de los Vargas.

Tenían los Vargas una única hija, santa de su devoción, a la que Isidro amaba como una hermana. Un trágico día María Vargas cayó muy enferma. Nadie encontraba remedio al mal que padecía  y murió dejando a padres y Santo desolados. En el largo velatorio, Isidro se acercó al cuerpo sin vida de la joven y rezó con todas sus fuerzas una plegaria. Cuando terminó el rezo interpeló al cadáver: ¡María! La sorpresa de todos los presentes se desató con la respuesta de la chica: ¿Qué quieres Isidro? El milagro se hacía carne, María había resucitado.

Esta serie de milagros forman parte del acervo cultural de la tradicional fiesta de San Isidro. Algunos faltan, pues el santo siguió obrándolos después de muerto, como los consejos que le dio a Alfonso VIII en las Navas de Tolosa o salvando de una muerte segura al rey Felipe III; aunque el mayor de los milagros es que su cuerpo incorrupto se conserve a día de hoy, después del largo peregrinaje que sufrió desde su exhumación en 1212, pasando por San Andrés, la Capilla del obispo, vuelta a San Andrés, Real Capilla de San Isidro, hasta que un 4 de febrero de 1769 Carlos III zanjó el asunto, fijando la residencia del Santo en la Iglesia de la Compañía de Jesús, lo que hoy conocemos como la Real Colegiata de San Isidro. En recuerdo del Santo os regalamos esta entrada. 

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